La
prisión de mi pecho me encierra cada vez más y más al fondo. Esperando que, si
me quedo el rincón oscuro de ese lugar que me ha reservado, llorando, me sienta
libre. Pero no entiende esa ansiedad, que yo no soy alguien de quedarme sola. No
entiende que ese, precisamente, es uno de mis mayores miedos… O, eso me dijo el
corazón.
Estúpido
corazón. Es tan grande que necesitaba escapar de la prisión en la que se
hallaba, dónde estoy ahora.
Huyó
con una mano detrás y otra delante por si le alcanzaba algún disparo de más.
Aunque… Ya sabemos todos que mi corazón está totalmente agujereado.
Se
marchó sin esperarme, a mí, que vine a liberarle. A mí, que es a quién
pertenece… O, eso se supone…
Llevaba
tanto tiempo escondido, que tenía que sacarlo de este oscuro lugar. Y ahora
entiendo el “porqué” de esa huida tan despavorida.
Ese
órgano tan traicionero, supuestamente vital, huyó sacrificándome para unirse
con mi alma…
¡Cómo
si aún existiese! Pero, claro, el corazón aún se encontraba en estado de
embriaguez por tu efecto cuando vendí al diablo lo poco que me quedaba de alma
por ese último compás. Por ese último baile. Por ese último hilo que se quedó
colgando de ese tejemaneje que nos traíamos entre manos. Por ese último
recuerdo que hundió a mi corazón en este oscuro recoveco.
El
diablo, el mismo que, durante el baile, llevaba ese pintalabios rojo sangre. El
mismo, que, si tenía ocasión, bajaba la mano de los hombros a la cintura, y de
ahí pegando un último salto al trasero. ¿Te suena verdad? Ese diablo tiene tus
curvas… Y tu nombre.
Yo,
que me creía salvadora de mi corazón, y al final, fue este mismo quién me
encarceló para correr a tu lado.
Y
así fue como te adueñaste de toda mi materia sensible, mi alma y mi corazón,
dejándome aquí en una oscura celda, en el fondo, donde lo único que me queda es
mi ansiedad y este caparazón inerte que llamo cuerpo y juega a sentir.
Al
final, todo mi ser se resume en ti, y en este cuaderno…
No hay comentarios:
Publicar un comentario