lunes, 8 de diciembre de 2014

Tormenta de Don Quijotes...

¿Después de la tormenta siempre llega la calma? O, más bien, ¿después de la calma siempre llega la tormenta?

Siempre fui de ver el vaso medio lleno, más que medio vacío, pero nunca me enseñaron qué hacer cuando el vaso cae y estalla en mil pedazos.

Nunca se me dio bien reconstruir cosas rotas, ni consolar a quién se le desprendió un pedazo, pero, lo que sí que aprendí fue a aparentar mil arcoiris, y dos mil primaveras para evitar la caída de alguien más…

Sé lo que es estar en el suelo.

Sé lo que es sentirse Don Quijote, luchando contra gigantes, monstruos inventados, de cruel carácter, que están más en el plano meta que en el físico…

Sé perseguir a Dulcineas, y sí, gracias al universo, he tenido a Sancho Panzas que me cuidasen las espaldas.

Pero…

¿Qué ocurre cuando Don Quijote es golpeado, literalmente, por la realidad?

¿Cuándo es ya imposible recomponer los pedazos de ese vaso?

¿Y si ya no te quedan más primaveras que fingir?

¿Qué ocurre cuando no sabes escuchar música que no sea de un triste piano llorando con cada tecla pulsada?

La tormenta se lleva la calma, los arcoiris y primaveras y se lleva a mi Dulcinea…

Y me deja con esta hostia de la realidad, con los pedazos de un vaso estrellado contra el suelo, con mis Sancho Panzas, y con este estúpido y llorica piano.

Se van los colores y ahora, como un perro vagabundo y abandonado, veo en blanco y negro, fingiendo entender todo a color para que alguien me recoja y me quiera en lo que dure esta tormenta.

Y entonces, parece que observo ese precioso color que llevo buscando toda mi vida.

Toda esa historia termina bajo el guardabarros de cualquier coche en una noche tormentosa.


Y… Ahora si…



Ha llegado la calma después de la tormenta…

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