domingo, 23 de noviembre de 2014

Olas de alcohol.

El whisky derramado por encima de la mesa, busca la manera de encontrar el suelo. Busca la manera de encontrarnos ahí abajo, bailando, y, como un tsunami, arrastrarnos al fondo de lo lúgubre. Intenta llevarnos a la decadencia pegajosa de un bar.
No sabe, ese añejó brebaje, que tú, hace mucho que abandonaste el suelo para alcanzar la cumbre de la felicidad, y yo, hace mucho que estoy pisoteada, pegada en la suela de cualquier desconocido que me quiso llevar a ver un amanecer más.
¡Qué estúpido es el whisky! Aún nos ve juntas, de la mano, en aquella alegre tristeza. Alegre por tu parte, tristeza por la mía. 
Tú siempre fuiste sonrisas y, yo... Siempre fui lágrimas. Tú, tan, 'vamos a bailar', y, yo, tan, 'vámonos del bar'. Y así fue, claro que saliste del bar, pero saliste sin mi, y yo, me hice diminuta.
Las promesas que sirvieron de pegamento se desvanecieron, y tú, te quedaste en mis sueños. Y yo, ya no se qué hacer, porque sin ese pegamento, no soy más que mil pedazos pisoteados y pegajosos. Y el whisky me alcanza, me arrolla, me hace fundirme en la masa más asquerosa de sentimientos y alcohol.
Dicen que el alcohol sirve para curar las heridas, pero nunca dicen lo que escuece. Nunca cuentan que por mucho que cure las heridas, el alcohol no recompone la ausencia de una parte de ti. 
Y ahora, con whisky o sin el, pegajosa y sucia, sigo siendo tristeza, sigo siendo el mayor de mis problemas.
Estoy igual que siempre, pero, sin ti, más vacía y más estúpida.

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