Hace siglos que me prometí que no te volvería a escribir... Que no
te volvería a pensar, ni a dejar que te apalancases en mi mente día si y
día también... Que dejaría de tratar de narrar tu rostro con cuatro palabras
sin sentido... Que ya iba siendo hora de olvidarte...
Y aquí me ves, de nuevo, frente a un papel
en blanco, volviendo a repetir lo que en mil y una cartas nunca entregadas ya
dije... Lo que no paro de repetir... Y es que, no sé qué es más duro, si la
indiferencia que demuestras hacia mí, o que tus labios puedan encajar mejor con
otros que no son los míos.
Perdí la noción de la realidad cuando apareciste tú, con tu
mirada, y el misterio que te rodea. Poco a poco, veo mi dulce introducción a la
locura reflejada en tus ojos cuando me miran. Veo frente al espejo la cara de
idiota que se me queda cuando te pienso y me doy cuenta de que quizás tengo una
oportunidad. Lo que hace meses me parecía una locura, cada vez está más a la
orden del día.
Ahora aquél imposible que te rodeaba me parece más posiblemente
posible, y esas situaciones que esto acarrea se van acercando tan lentamente
que casi duele. Esas situaciones en las que no quiero otros labios que no sean
los tuyos, ni tú que no sean míos. Esas que las miradas no son lo más atrevido
que cruzamos. En las que ya no nos saludamos con dos besos, sino con tres, cuatro
o cuatrocientos, o alguno más, es igual, pero, esta vez, no solo en la mejilla.
Esas situaciones en las que dejamos de comernos las ganas para pasar al segundo
plato…
Ahora, la incertidumbre del qué pasará. El punto de inflexión que
marcará todo lo que acontezca, y que ya no solo depende de uno para sacar algo
en claro. Es el momento en el que decidir si se quiere sacar algo en claro o no
hacerlo, y por mi parte está bien claro, esta vez no seré yo la que se rinda
por la caída contra un canto. Esta vez, yo decido luchar.
Y quizás...
...ese imposible tan lejano...
...está rozando mis manos...
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